Entrada al Cementerio Británico de Madrid. Abierto al público las mañanas de los martes, jueves y sábados.
Apartado del bullicio del madrileño barrio de Carabanchel, delimitado por las calles de Inglaterra, Irlanda y Comandante Fontanes, se encuentra un pequeño cementerio en cuya entrada se puede leer British Cemetery. Entre cedros, acacias y aligustres hay enterrados un millar de cuerpos. Sus lápidas centenarias son devoradas por el musgo y la erosión. Bajo ellas descansan ortodoxos, luteranos, protestantes, católicos, judíos, e incluso un musulmán, procedentes de 43 nacionalidades distintas. Cientos de historias enterradas, pero que un día fueron dibujadas por espías, masones, aventureros, magnates, artistas o príncipes.
Corría el año 1796 cuando Lord Bute, ministro británico en Madrid, decidió comprar algo más de dos acres de tierra en un terreno campestre cercano a lo que hoy en día es la plaza de Colón. Su intención era que se instalara el cementerio británico en este lugar, pero la ocupación francesa de Madrid impidió que el solar se utilizara para tal propósito. Un siglo después se ubicó allí la embajada británica y allí permaneció durante otros cien años.
Antiguo Palacete del Marqués de Álava en el que estuvo ubicada la Embajada Británica a partir de 1905.
El caso es que siempre existió la necesidad de un camposanto en el que poder enterrar a los británicos fallecidos en la capital. Sobre todo desde el momento en el que industrias como la del ferrocarril comenzaron a atraer a España a hombres de negocios de Gran Bretaña. La tradición española no permitía dar sepultura en sus cementerios a aquellos extranjeros que no hubieran sido católicas en vida. Entonces surgía la dilema de qué hacer con sus cuerpos. Véase el caso de un hombre llamado Mr. Hole, que vino a Madrid como secretario del embajador Lord Digby en 1662 y falleció repentinamente en Santander. Le fue negado el entierro litúrgico, por lo que sus restos fueron arrojados al mar en una caja. La superstición de los pescadores cántabros, temerosos de que el cadáver de un hereje ahuyentase a los peces, provocó que recuperaran el cuerpo y lo abandonaran en la playa para que fuera devorado por las gaviotas.
La historia ha ido salpicando el territorio nacional de cementerios británicos. Desde el humilde y abandonado Cementerio de los Ingleses de Camariñas, en el que están enterrados las 172 víctimas del naufragio del Serpent en 1890, a los históricos y preservados cementerios de Lujua-Goiri en Bilbao, la sección británica de San Amaro en A Coruña, San Jerónimo en Sevilla, o el de San Jorge en Málaga, que fue el primer cementerio protestante construido en España, a partir de 1831.
Cementerio de los Ingleses en Camariñas, Costa da Morte, Galicia.
En cuanto al de Madrid, después de interminables negociaciones e intercambio de terrenos entre los gobiernos español y británico, en 1850 se cedió un terreno de menos de una hectárea en el barrio de Carabanchel. Tres años después se firmaron las escrituras y, aunque hasta 1866 el cementerio no fue consagrado por el obispo de la diócesis de Illinois (EE.UU), John Whitehouse, el 10 de febrero de 1854 se produjo el primer enterramiento: el de un joven británico de 19 años llamado Arthur Thorold. Y unos meses después se produjo el segundo: el de un bebé de ocho meses llamado Samuel James Lilliot. A pesar de que el gobierno español presionó para que los enterramientos se hiciesen «sin culto, ritual, pompa, ni publicidad», ambas ceremonias incluyeron una carroza fúnebre tirada por cuatro caballos y un total de ocho carruajes.
Tumba de Arthur Thorold, la primera del cementerio con forma de la espada Excalibur del Rey Arturo.
En la actualidad, la gestión del cementerio depende de un patronato, en el que está presente la embajada británica, pero que no se encarga de mantenerlo económicamente. El cementerio no reporta ingresos y hay familias que se olvidan de mantener sus tumbas, así que el patronato tiene que hacer lo que buenamente puede. Hay dos fundaciones que ayudan algo: una depende de una empresa cervecera, The William Allen Young Charitable Trust, y la otra de una constructora, The Bernard Sunley Charitable Foundation. Con su ayuda y la de otras contribuciones privadas, logran cubrir distintas tareas como las restauraciones, la limpieza o la jardinería. Durante algo más de un siglo y hasta la década de los noventa, cuatro generaciones de la familia Garrido vivieron en este cementerio y cuidaron de él. Entre ellos, Rita Garrido, primera actriz del Teatro de la Latina, que celebraba actuaciones en el cementerio, así como su marido el brasileño Ricardo Freire, autor de la canción «Doce Cascabeles» que popularizó Joselito.
La viuda del Ministro Plenipotenciario de Gran Bretaña en México, Loftus Charles Otway, llora su muerte. Sus restos fueron trasladados a Londres, pero el monumento sigue estando en el cementerio madrileño.
La fachada de ladrillo revocado está coronada por el escudo del Imperio Británico que esculpió el artista italiano Pedro J. Nicoli y que fue colocado allí en 1856. Al atravesar el pabellón de entrada, vemos la vivienda del guarda a la izquierda y una capilla mortuoria a la derecha. En ella suelen guardarse las cenizas de los difuntos hasta que tiene lugar la ceremonia fúnebre, aunque rara vez se hacen misas, ya que en los enterramientos sólo se lleva a cabo un discreto oficio junto a la parcela o el columbario.
El cementerio parece un jardín tradicional inglés, aunque revestido de mayor romanticismo y decadencia. Sólo el trinar de los pájaros rompe el parestésico silencio que arropa a los ángeles de granito y las lápidas quebradas que brotan de la tierra. Si tienes suerte puedes encontrarte paseando entre ellas a un viejo historiador inglés llamado David J. Butler. Es un refinado caballero que desempeña la desinteresada labor de guía del cementerio y que, desde hace muchos años, se encarga de desentrañar las historias que hay detrás de cada tumba. Lo mismo te habla del judío que logró sobrevivir a varios campos de concentración y que acabó siendo asesinado en un atraco de su casa de la calle General Pardiñas, que señala un hueco en el suelo, donde no hay lápida alguna, y masculla que probablemente ahí yazca la viuda de un alto cargo colaborador de los nazis del Gobierno de Vichy durante la Segunda Guerra Mundial. No hay forma de contrastar muchas de sus historias, pero ahí es donde entra en juego la credulidad de cada uno. Sea como fuere, escucharle no hace sino reforzar el encanto y misterio de este rincón escondido de Madrid.
El suelo del cementerio está cubierto por excrementos de gato. Desgraciadamente es complicado preservarlo por la falta de medios.
Sin embargo, la historia de otros huéspedes del cementerio sí que son de sobras conocidas. Como por ejemplo la de la familia poseedora del único panteón del recinto. En la zona de la necrópolis con más presencia hebrea destaca la construcción coronada por una gran pirámide de estilo neoegipcio, obra del arquitecto Fernando Arbós y Tremantini (Iglesia de San Manuel y San Benito, La Casa Encendida o el Panteón de los Hombres Ilustres). En su interior reposan los restos de una de las familias más poderosas del siglo XIX en Madrid: los Bauer. Populares hombres de negocios austrohúngaros que representaron a la Casa Rothschild en la capital, es decir, la dinastía judía de banqueros y financieros más importantes de la historia de Europa.
Panteón de la familia Bauer situado en la zona con mayor presencia de tumbas hebreas.
Hasta su muerte en 1895, el cabeza de familia, Ignacio Bauer, se hizo con las principales empresas del país en aquellos años: Minas de Río Tinto y Peñarroya, Ferrocarriles MZA, empresas petrolíferas, etc. Trabó una buena amistad con el rey Alfonso XIII y adquirió un relevante renombre político. La familia adquirió históricos palacios como el del Capricho en la Alameda de Osuna, la Casa de Gentilhombres de La Granja, o el llamado Palacio de los Bauer en la calle San Bernardo (hoy en día la Escuela Nacional de Coro). Este último se convirtió en el centro de la vida musical en Madrid, donde se dieron grandes fiestas aristocráticas y se reunió lo más granado de la época. Décadas más tarde, tras el Crack del 29 el imperio de los Bauer comenzó a desplomarse y al comienzo de la guerra se apagó el brillo de la familia. Eduardo Bauer fue asesinado, Alfredo Bauer emigró a México e Ignacio Bauer permaneció en España sin apenas relevancia pública. Tras un candado oxidado reposan los huesos de la familia que un día lo controló todo en Madrid. Antes de la construcción del mausoleo fueron enterrados directamente en la tierra Manuel Bauer, fallecido en 1895 con 24 años, y Manuel que murió con solo veinte meses. Años más tarde llegaron los restos de Ida Luisa de Bauer y los de Gustavo Bauer Morpurgo.
Tumba de la familia Loewe. Las zonas más oscurecidas están provocadas por el aceite que esparcían para ennegrecer la lápida.
Otras familias notables están enterradas aquí, como la de los industriales Boetticher y Girod, la familia de joyeros Brooking, o tres miembros de la casa de moda de lujo Loewe, considerada como una de las mejores marcas de artículos de cuero a nivel mundial, cuya lápida resulta tan sobria y elegante como sus productos. Al proseguir con el paseo también nos encontramos con la tumba de la familia Lhardy, fundadores en 1839 de uno de los restaurantes más antiguos y reconocidos de la historia de Madrid.
Tumba de los fundadores del restaurante Lhardy.
A comienzos del s. XIX no había un restaurante en el que poder degustar buena gastronomía en una capital dominada por las tascas aceitosas y los tugurios de mala muerte. Es entonces cuando Emile Huguenin Dubois, impulsado por Eugenia de Montijo, decidió trasladar la esencia y elegancia gastronómica francesa al local de la Carrera de San Jerónimo, que a día de hoy sigue sirviendo el caldo en el samovar, ajeno al paso del tiempo. Por sus salones han pasado desde escritores como Galdós o Azorín, personajes intrigantes como la espía Mata-Hari (detenida poco después de comer allí por última vez), el dictador Primo de Rivera, o Niceto Alcalá Zamora, que fue nombrado presidente de la República en el salón Japonés, e incluso miembros de la realeza como Isabel II, Alfonso XII o la Reina Sofía.
Solo hay localizadas 40 familias de los enterrados aquí, por lo que la mayoría están en completo abandono.
Y hablando de sangre azul, varios miembros de la dinastía real más antigua de Europa, los Bagrationi de Georgia, también acabaron aquí. El origen de este linaje se remonta a los tiempos de David, Rey de los judíos, aunque llegaron al poder en Georgia a mediados del s. VI y gobernaron durante muchos siglos. Sin embargo, en el s. XIX Georgia perdió su independencia y los Bagrationi sufrieron las represiones más duras, por lo que no les quedó más remedio que partir al exilio. Los príncipes Irakli, Georgi, y Helene Bagration de Mukhrani eligieron Madrid como su ciudad residencia, hasta que fueron muriendo a finales de los setenta. Sus restos permanecieron aquí hasta que en 1995 fueron trasladados a la cripta del panteón real de Svetitskhovei, ubicado en su país de origen.
Tumba vacía de la dinastía real de los Bagrationi.
Otra forma de repasar la historia del cementerio es a través de los conflictos bélicos que se sucedieron durante el s. XIX y el s. XX. Mientras que el único combatiente de las Guerras Carlistas que está enterrado aquí es el coronel inglés George Fitch (fallecido en 1882), durante la Primera Guerra Mundial hubo veinticuatro entierros, entre los que se encuentran el comandante Stewart Barton Bythesea Dyer (condecorado con la Orden del Servicio Distinguido), el embajador ruso Barón Theodore de Budberg, Gustavo Bauer Morpurgo, o el acróbata William y su mujer Matilde Parish, herederos del popular Circo Price (anteriormente conocido como Circo Parish) de la Plaza del Rey. Su fundador, Thomas Price falleció en un accidente en Valencia y, como cristiano, sus restos reposan en el Cementerio General de Valencia.
Durante la Guerra Civil sólo hubo dos entierros y ambos fueron en 1936: el de una señora británica de 92 años llamada Mary Farrell y el de un hombre que portaba un pasaporte australiano falso, probablemente era ruso y murió en Valdemoro a los 42 años. Después no pudieron realizarse más entierros debido a que el cementerio estaba en la primera línea defensa de Madrid. No obstante, hasta 1939, la mayoría de británicos que no pertenecían a los servicios de inteligencia, la política o el entorno burocrático, decidieron abandonar la ciudad.
Vista de la zona sur del cementerio.
Durante la Segunda Guerra Mundial hubo treinta entierros, de los cuales diez pertenecían a naciones aliadas, como Francia, Estados Unidos, Australia u otros países europeos. Tras la guerra el aislamiento internacional de España y la austeridad de Gran Bretaña provocó que hubiera pocos entierros, hasta que un lustro más tarde se pudo volver a la normalidad.
En mayo de 1944 se estrelló en Prat de Compte, cerca de Tortosa, una avioneta Havilland de la Embajada Británica que volaba en dirección a Barcelona. En su interior viajaban el ministro encargado de Negocios, Arthur S. Yencken y el agregado adjunto del Aire de la Embajada, el comandante Caldwell de la RAF, además del mecánico español Gaspar Martínez. El objetivo del viaje era la negociación de prisioneros de guerra repatriados de Alemania, pero los tres murieron carbonizados. La versión oficial de los motivos del accidente fue la niebla, aunque se ha especulado mucho sobre si realmente se trató un sabotaje de los alemanes. Desgraciadamente nunca sabremos que sucedió realmente. Tras un solemne funeral de Estado, se depositaron los restos de los dos diplomáticos británicos en este lugar.
Tumba del ministro británico Arthur S. Yencken. En la lápida está labrado el motivo de su viaje frustrado.
Yencken y Caldwell no son las únicas víctimas de accidente aéreo que están enterradas en el Cementerio Británico de Madrid. En 1947 se estrelló en la Sierra de Gredos el avión ‘Ruta de Colón’ y cuatro ciudadanos americanos que fallecieron en el accidente están enterrados aquí. Asimismo, se encuentran bajo este recinto los cuerpos de dos jóvenes pilotos que se mataron sobrevolando la provincia.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Madrid fue un hervidero de espías británicos, alemanes y americanos, debido a su postura de no beligerancia ante el conflicto. Decenas de tramas e intrigas se gestaron en locales como La Ballena Alegre del café Lion, el citado restaurante Lhardy, la Casa Ciriaco, o el filonazi Horcher, el hotel Ritz, clubs como el Chicote o el Pasapoga o el salón de té Embassy. Este último es en el que ahora centraremos nuestra atención, dado que su fundadora, Margarita Kearney Taylor, descansa en este lugar desde la década de los ochenta y gracias a su local de la Castellana cientos de refugiados pudieron escapar de la Gestapo.
Margarita era una irlandesa que llegó a Madrid en 1928, procedente de París, para trabajar en General Motors. Tres años más tarde inauguró el salón de té Embassy con la idea de ofrecer té inglés a todos los funcionarios de las numerosas embajadas extranjeras que había en la zona. Una década después se convirtió en una tapadera de espionaje internacional.
Tumba de Margaret Kearney Taylor. Junto a ella se encuentra la de la familia holandesa propietaria de la floristería Bourguignon, que también realizaron labores de espionaje a través de ramos de flores con mensajes cifrados.
Tras la Guerra Civil, el Servicio Secreto Británico creo una red de espías en la capital, que se encargó de dirigir el agregado naval Allan Hillgarth, primer oficial de la inteligencia británica en España. Unos pocos agentes del MI9 (Servicio de Escape y Evasión), diplomáticos y demás colaboradores, como por ejemplo el médico español Eduardo Martínez Alonso o la mujer del embajador, formaron la sección de ayuda humanitaria dedicada a la evasión de fugitivos del nazismo. El lugar de encuentro y centro de operaciones evasivas fue el local Embassy. Mientras en el piso superior la sociedad burguesa y frívola degustaba pastas y té, el sótano se llenaba de refugiados que habían logrado cruzar los Pirineos.
Salón Embassy en la década de los años 30. A día de hoy sigue estando abierto en la misma ubicación: paseo de la Castellana, 12.
El procedimiento era sencillo: acompañado por cualquiera del grupo de rescate, el refugiado (por motivos como ser judío, soldado británico o canadiense, colaborador, apátrida o miembro de la Resistencia) llegaba al Embassy desde el Campo de Concentración de Miranda de Ebro o un enlace concertado. O bien en la casa de Margarita de encima del local, o bien en el sótano, descansaban, se alimentaban, conseguían certificados e identidades falsas y se vestían con ropa de la Cruz Roja para pasar inadvertidos ante la Gestapo o los colaboradores franquistas. Una vez listos para dirigirse a su siguiente destino, camino de Portugal o Gibraltar, pasaban a la cocina y salían a la calle por la puerta trasera, o confundidos con la clientela, donde les esperaba un coche con matrícula diplomática. Allí Margarita los despedía con un esperanzado “God bless you”.
Este ángel está situado en el centro del cementerio y es una de las pocas esculturas que siguen intactas.
Decenas de historias apasionantes se esconden tras las lápidas torcidas de este lugar. Lo mismo te encuentras la de la historiadora Alice Bache Gould y Quincy, descendiente del presidente de Estados Unidos John Quincy Adams, o la del pintor californiano Sheldon Pennoyer, que formó parte de la comisión Monuments Men (encargada de proteger y recuperar el patrimonio artístico durante la IIGM) y que murió en un accidente de tráfico, que ves losas pertenecientes a aristócratas como el conde polaco Zavadowsky Miklazewsky o la baronesa Tatiana de Korf. Un poco más allá nos topamos con la de Arthur Byne, un condecorado arquitecto que trabajó como traficante de arte para William Randolph Hearst, magnate de prensa retratado por Orson Welles en la película Ciudadano Kane. O por el contrario con vidas más humildes, como las de las niñeras irlandesas españolas que no quisieron abandonar ni en el último momento a las familias que sirvieron. En una lápida hallamos a Carmina Rosemary, hija del mayordomo de los Duques de Alba. En otra podemos leer el tributo que cinco jóvenes españolas hicieron a su niñera británica: “en gratitud y alabanzas nuestros corazones van hacia ti”.
La única tumba musulmana del cementerio se encuentra en un espacio separado al resto del recinto al que se accede a través de una puerta cerrada.
Otro de los británicos destacados que esperan aquí a la eternidad es Walter Starkie, el fundador del Instituto Británico de Madrid. Fue un apasionado de la promoción de la música, el arte, la literatura, la filología el cine y la cultura, en general. Por un lado tradujo literatura española al inglés (El Quijote inclusive) y estudió al pueblo gitano. Por otro fue un apologista del fascismo italiano y Mussolini. Sin embargo, durante la Segunda Guerra Mundial desempeñó una importante labor desde el Instituto Británico a la hora de apoyar a los refugiados en Madrid y siempre abogó por la cordialidad entre Inglaterra y España, a favor de la neutralidad de ésta.
Tumba de Walter Starkie.
Llegamos al final del paseo, pero antes de irnos nos detenemos frente a dos últimas tumbas, la pirámide masónica de la familia Tertsch y la tumba desaparecida de Charles Clifford. Comencemos por el extraño panteón situado al fondo del cementerio, en el que se abre una puerta falsa, y en el que está enterrado Ekkehard Tertsch. Fue un diplomático y periodista austriaco que acabó instalándose en Madrid en 1943. Anteriormente trabajó en Viena para un banquero judío y paradójicamente se afilió al Partido Nazi, de forma que acabó trabajando como informante del NSDAP. Tras la anexión de Austria al III Reich, llegó a sturmbannführer en el SA- Reiterstandarte. Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó como diplomático en el departamento de Prensa del Ministerio de Asuntos Exteriores, fue destinado como jefe de Prensa a la embajada alemana de Croacia y posteriormente en la de Madrid como jefe adjunto.
Tumba masónica de la familia Tertsch
Los momentos más convulsos de su vida tuvieron lugar en agosto de 1944. Tras el atentado contra Hitler el 20 de julio de 1944 (Operación Walkiria), fue detenido por la Gestapo y recluido en la prisión Moabit de Berlín. Allí fue interrogado varias veces por Rolf Günther, delegado de Adolf Eichmann, como sospechoso de haber participado en la conspiración, debido a su amistad con el conde Josef Graf von Ledebur. Sus simpatías hacia el catolicismo y la independencia de Austria tampoco ayudaron, de modo que acabó siendo internado en el campo de concentración de Sachsenhausen, donde fue alojado en una celda de la prisión del campo. Logró sobrevivir y a finales de abril de 1945 llegó la liberación. Ese mismo año regresó a España disfrazado de sacerdote y comenzó a trabajar como corresponsal de varios periódicos austriacos y asesor de misiones diplomáticas de Austria en España. Poco después murió su esposa y volvió a contraer matrimonio. Fruto de éste nació el polémico periodista conservador Hermann Tertsch. En agosto de 1989 Ekkehard falleció y fue enterrado aquí.
El que también fue enterrado en este cementerio, pero no se sabe dónde, es el fotógrafo Charles Clifford. Su cadáver llegó al cementerio menos de una década después de su inauguración, pero tan sólo se conserva la lápida, que está colgada de la pared derecha del pabellón principal. El caso es que Charles fue uno de los pioneros de la fotografía española y junto a J. Laurent reflejó la visión artística y documental más valiosa del s. XIX, por lo que su obra es tremendamente valiosa.
Lápida de la desaparecida tumba de Charles Clifford.
Desde que llegó a España en 1850 se dedicó a fotografiar todas sus tierras, obras públicas, ciudades y monumentos con una calidad técnica y de composición excepcional. Es por ello que llegó a ostentar el título de «Fotógrafo de Su Majestad la Reina». De hecho, uno de sus álbumes más destacados es el del viaje oficial que hizo Isabel II por Andalucía en 1862, el retrato de la Reina Victoria en el Castillo de Windsor. Desgraciadamente sólo pudo desempeñar su labor en España durante once años ya que murió cuando sólo tenía 43 años.
Con este último misterio, llega la hora de abandonar el Cementerio Británico de Madrid. Y con él, un sinfín de historias que no conocemos y desgraciadamente permanecerán enterradas en el olvido hasta que el azar o la voluntad decida escarbar en ellas y quizá descubrir una nueva verdad. Mientras tanto, lo que sí podemos hacer es recordar a todas las personas mencionadas aquí, y revivir sus vidas en silencio. Porque cuando se diluye la memoria, es cuando de verdad gana la muerte.
[…] Los secretos del Cementerio Británico de Madrid […]
Vuestro post me ha resultado muy útil, muchas gracias!
Muchas gracias a ti por visitarnos!
Me ha encantado esta entrada. Os felicito!
Estaba buscando más información respecto a la tumba de Gustaf Daniel Lorichs, diplomático sueco enterrado aquí en 1855. Falleció víctima de la epidemia de cólera de ese año.
Estoy preparando una entrada en mi blog sobre su colección numismática, y me gustaría enlazar este artículo cuando hable de su tumba y, si me dais permiso, utilizar alguna fotografía (citando fuentes). Lo ideal sería una de su propia tumba, pero me imagino que no disponéis de ella, verdad?
Un saludo, y repito mi enhorabuena!
Francis Suárez
http://www.denariosibericos.wordpress.com
Muchas gracias, Francis! Puedes utilizar lo que necesites del artículo, por supuesto. Hemos revisado en el archivo pero no tenemos ninguna foto de su tumba, lo siento. La próxima vez que vayamos la buscaremos, sin duda. Un saludo y enhorabuena por tu blog 🙂
[…] gran epidemia de cólera que asoló España en ese año. Al no ser católico fue enterrado en el Cementerio Británico de esa ciudad, que había sido fundado el año anterior, y con el nº 9 del registro consular del […]
Ya que merezco breve mención en este artículo, admirable y bien escrito, y como promotor del Cementerio Británico como fuente documental, me parece que tengo no solo derecho sino también obligación de comentar algunos puntos inexactos que pudieran quitar mérito del texto :
**fecha de su consagración, por el obispo de Illinois, fue 1866 y no 1855 como apuntado en el texto
**el mausoleo de los Bauer abriga los restos de Ida Luisa de Bauer, fallecida en 1908 y los de Gustavo Bauer Morpurgo, fallecido en 1916. Sin embargo, Manuel Bauer, fallecido en 1895 con 24 años, y otro Manuel que murió con solo 20 meses, fueron enterrados en tierra antes de la construcción del mausoleo
**la suposición de determinadas personas “ nacidas judías ” , “muertas cristianas ” es un error derivado por el convencionalismo de dibujar * para nacido y una cruz para fallecido en recopilaciones por genealogistas e incluso en lápidas sepulcrales. Dichos símbolos no tienen nada que ver con la estrella de David ni con el crucifijo de los cristianos
**William Parish, fundador del Circo Parish, qui heredó el Circo Price en 1880, era acróbata y no domador y su mujer, de origen italiano y apellidada Fassi, con la cual casó en Liverpool, no era la hija de Thomas Price.
**Thomas Price falleció en Valencia en 1877 y sus restos reposan en el Cementerio General de Valencia, no en ningún cementerio británico ni protestante ya que era católico romano.
**el pintor y Monuments Man se llamaba Sheldon Pennoyer y no Albert Sheldon
**Charles Clifford, pionero en la historia de la fotografía, no ha dejado atrás ninguna foto sacada de globo, aunque es probable que era capaz de hacerlas puesto que era gran aficionado de globos aerostáticos
Hay más puntos no fidedignos en el texto pero sería mezquindad de mi parte resaltarlos dada la alta calidad del texto por lo cual agradezco al autor.
David J. Butler M.B.E
Estimado sr. Butler, muchas gracias por pasarse por aquí y tomarse la molestia de hacer todos esos apuntes con respecto al artículo. Ya hemos corregido las inexactitudes mencionadas. Esperamos verle muy pronto cuando volvamos a dar un paseo por el cementerio. Un saludo.
Mis felicitaciones por tan buen artículo sobre uno de los lugares menos conocidos de nuestro Madrid y que forman parte del legado histórico de la ciudad. Reconozco que he pasado miles de veces por la calle General Ricardos y que nunca he hecho intención de visitarlo, pese a que me considero un enamorado de todo lo relacionado con Madrid, es por ello que no me perdono no conocerlo todavía, cosa que solucionare el próximo mes de diciembre aprovechando las vacaciones de navidad, pues actualmente resido fuera de España. Mi curiosidad viene dada por el artículo publicado en la revista Carta de España en el mes de octubre y titulado «El cementerio británico de Madrid, un bello rincón para el descanso eterno» en el que se hace referencia a D. David John Butler.
Con el permiso de ustedes, comparto este excelente artículo en mi muro de Facebook.
Vaya nuevamente mi enhorabuena.
Muchas gracias por su comentario, Fernando. Disfrutará muchísimo la visita, garantizado. Un saludo!
Fernando de Pablo
Me alegro de que el artículo en Carta de España sobre el Ceementerio Británico en Madrid le ha gustado. Le comunico de que llevo una visita guiada, es decir con mi comentario, el día 10 de diciembre, que es un sábado, a las 11.00 horas : no es preciso la inscripción previa ni hay cupo y espero ver las personas con interés en ese lugar fascinante ( y bello ) allí aquel día.
David Butler
Somos un grupo de alumnos mayores que estamos estudiando inglés en un centro cultural de carabanchel.
Estamos interesados en asistir a una visita guiada por Uds. al Cementerio Británico, por lo que le ruego me indique si tiene prevista alguna visita durante el mes de Enero o Febrero
En espera de su respuesta reciba saludos mis saludos.
Hola José Luis! Escribe al responsable David J.Butler: butler_d_j@yahoo.es
Seguro que él te informará a la perfección.
[…] Madrid o en Santander, encontramos los cementerios de los Ingleses o Protestantes, debido a que en épocas pretéritas no se permitía en camposantos sepultar a miembros de otras […]